Incluso sin ser actriz ni haber pertenecido al teatro
griego, uso una máscara. Aquella misma que en los partos de adolescencia se
elige para no quedar desnudo por el resto de la lucha. No, no es que se haga
mal en dejar el propio rostro expuesto a la sensibilidad. Pero es que ese
rostro que estaba desnudo podría, al herirse, cerrarse sólo en súbita máscara
involuntaria y terrible. Es, pues, menos peligroso elegir sólo ser una persona. Elegir la propia máscara es el
primer gesto humano voluntario. Y solitario. Pero cuando finalmente fija la
máscara a aquello que se eligió para representarse y representar el mundo, el
cuerpo gana una nueva firmeza, la cabeza se yergue altiva como la de quien
superó un obstáculo. La persona es.
Clarice Lispector; Revelación
de un mundo, 1984.
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Si leo un libro y hace que mi cuerpo entero se sienta
tan frío que no hay fuego que lo pueda calentar, sé que eso es poesía. Si
físicamente me siento como si me levantasen la tapa de los sesos, sé que eso es
poesía. Esta es la única manera que tengo de saberlo. ¿Acaso hay alguna otra?
Emily Dickinson (1830 – 1886)